Cartagineses
Ramón Lorente De la Luna
¿Cómo? ¿Que Vd. no sabe quiénes eran los
cartagineses? Pues yo se lo explico.
Todo ello viene a cuento de la supresión de
las actividades cinegéticas por el TSJ de Castilla y León sin más miramientos.
Y sin un mínimo análisis de sus graves consecuencias para el ámbito rural, y
sólo por atender las demandas de un determinado grupo que se autodenomina
“Partido Animalista”, de intereses bien conocidos.
Las consecuencias son que a partir de dicha
prohibición, no se puede cazar ningún animal, ni con la Ley de Caza, ni con
nada. Pero los resultados serán terribles.
Y aquí entran en juego los cartagineses.
Vera Vd. Estos individuos eran un grupo
fanático de exterminio, conocido también como los “púnicos”. Vivían en una ciudad-estado
llamada Cartago. Cuando adquirieron poder se dedicaron a eliminar a los demás
pueblos que les hacían un poco de sombra.
Eliminaron a los griegos, eliminaron a los
“tartesos”, y para mayor gloria, eliminaron a los “fenicios”, que eran de su
misma estirpe. En el año 220 aC un general cartaginés, Aníbal, pasa el Sistema
Central y destruye Ulaca y Cogotas (Ávila), Helmántica (Salamanca) y Arbocala
(Zamora). A su regreso arrasa todo el centro hasta el Tajo. No contento arrasa
Sagunto. Y como era poco se le antoja destruir Roma. Pero aquí se encontró con
la horma de su sandalia. Fue aniquilado su ejército y, después, arrasada
Cartago.
Ahora, los “cartagineses” de turno quieren
hacer lo mismo, arrasar las antiquísimas tradiciones iberas, hundir aún más a
los míseros pueblos de España eliminando sus pocas reservas económicas. Y sus
habitantes que se muden a las ciudades, dejando el campo libre para que el
bicherío campe por sus fueros.
Claro, estas personas tienen la camama
asegurada, y además bien asegurada. El problema tiene una fácil solución:
también por ley se les puede obligar a que se vuelvan a los pueblos, se hagan
cargo de los pocos ganados que quedan en ellos, se preocupen de buscarles el
alimento que necesitan día a día y que no se les ocurra meterse con ningún
animal salvaje. Eso sí, sus fabulosos sueldos y prebendas pasarán íntegros a
los habitantes de los pueblos que se verán obligados a emigrar a las ciudades.
Digamos que para compensar la balanza.
Estas son elucubraciones mías. Es más sencillo
admitir que la vida pone a cada uno en su sitio, pues por mucho que ellos
quieran, al final pasará lo de siempre: “morirán cuatro romanos y veinte
cartagineses”. Y no será de muerte violenta, no. Será de odio y desprecio de
toda la sociedad.
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